12 de noviembre de 2013

Nuevo adelanto de una de las historias cortas de Cuatro

¿Recordáis que hace poco os compartí por aquí una escena de Divergente contada desde la perspectiva de Cuatro? Pues bien, Veronica Roth leyó otro extracto de historia en su parada de San Francisco durante el Tour de Allegiant, pero ésta resulta pertenecer a una de las tres historias cortas centradas en el personaje de Cuatro y que aún se tienen que publicar. Si estáis un poco descolocados, me refiero a las historias cortas que llevan por nombre El Transferido, El Iniciado, El Hijo y El Traidor.

Como el Transferido ya se ha publicado, esa queda descartada y habrá que esperar para conocer a qué historia pertenece el extracto. ¡Gracias a divergentlife.com por traducir este trocito! Click en seguir leyendo para comenzar la lectura.



Esta escena tiene lugar después de que Cuatro / Tobias ha sido iniciado en Osadía, antes de los acontecimientos de Divergente. Alguien ha estado entrando en su apartamento y le ha dejado una nota con un código en ella. Él se da cuenta del código y piensa que puede ser Marcus. (Verónica dice que aquellos que han leído insurgente sabrán quien es en realidad)

El calor del sol aun emana del pavimento a la una y media de la mañana, mientras salgo del recinto de Osadía. Puedo sentirlo en la punta de los dedos. Las nubes cubren a la luna, por lo que las calles están más oscuras de lo usual. Pero no me da miedo la oscuridad, ni las calles, ya no más. Es una de las cosas que te enseña el golpear a un montón de iniciados de osadía. Inspiro el olor a asfalto caliente y empiezo a trotar, mis zapatillas golpeando el suelo. Las calles que rodean al complejo de Osadía están vacías. Mi facción vive arrumada, como una jauría de perros mientras duermen. Encuentro un ritmo estable, mientras le echo un vistazo a los avisos de los edificios que ocupan los sin facción, porque puedo ver sus sombras moviéndose tras ventanas abiertas y sin energía eléctrica. 

Me muevo para correr bajo las vías del tren, la madera se extiende mucho más lejos hacia adelante mío, para luego dar una curva y alejarse de la calle. La Fosa crece, cada vez más grande. Mi corazón late fuerte, pero no creo que sea por la corrida. Paro abruptamente cuando llego a la plataforma del tren y mientras pongo un pie en las escaleras para tomar aire, recuerdo cuando pisé estas escaleras por primera vez, un mar de jóvenes de osadía silbando a mí alrededor, empujándome hacia adelante. Era fácil dejarse llevar por el momento en esa época. Ahora tengo que empujarme hacia adelante yo solo. 

Empiezo a subir, mis pisadas haciendo eco en el metal, y cuando llego a arriba, miro la hora. Las dos en punto. Pero la plataforma está vacía. Camino de allá para acá, una y otra vez, para asegurarme de que no hay figuras escondiéndose en las esquinas oscuras. Un tren ruge en la distancia, y paro para observar la luz fijada en la punta de éste. No sabía que los trenes pasaban tan tarde. Toda la electricidad de la ciudad debe apagarse luego de las once en punto para ahorrar energía. Me pregunto si Marcus le pidió un favor especial a los sin facción. Pero, ¿por qué viajaría en tren? El Marcus Eaton al que conozco nunca se atrevería a relacionarse de esa manera con los Osadía, antes preferiría caminar por las calles descalzo. 

La luz del tren destella una vez mientras se acerca a la plataforma. Rebota y se agita, desacelerando pero no parando, y veo a una persona asomarse del penúltimo carro, delgada y flexible. No es Marcus. Es una mujer. Arrugo el papel con mi puño, fuerte hasta que me duelen los nudillos. La mujer camina rápido hacia mí, y cuando está solo a unos metros de distancia, la veo. Cabello largo y rizado. Nariz prominente y ganchuda. Pantalón negro de Osadía, camiseta gris de abnegación, botas marrones de concordia. Su rostro luce arrugado y desgastado, delgado. Pero la conozco. Jamás podría olvidar su rostro. Mi madre, Evelyn Eaton.

—Tobías —susurra, con los ojos muy abiertos, como si estuviese anonadada al verme, como lo estoy yo al verla. 

Pero eso es imposible. Porque ella sabía que yo estaba vivo, mientras que yo recuerdo ver la urna que contenía sus cenizas en el manto de mi padre, marcado por sus huellas. Recuerdo el día en que me levanté y vi a un grupo de abnegados con cara triste en la cocina de mi padre, y cómo me miraron cuando entré, y cómo Marcus me explicó, con una simpatía que yo sabía era mentira, que mi madre había muerto en la noche, por complicaciones durante un parto temprano, y un aborto.

— ¿Estaba embarazada? — recuerdo haberle preguntado. 

—Por supuesto que lo estaba, hijo. —Volteó hacia los demás en nuestra cocina. —Debe ser el shock por supuesto, normal que ocurra después de algo así. 

Recuerdo sentarme en la sala con un plato lleno de comida, con un grupo de abnegados murmurando alrededor mío, el vecindario entero ocupando hasta la última esquina, ninguno diciendo algo que me importara. 

—Sé que esto debe ser alarmante para ti — dice ella. Casi ni reconozco su voz. Es más grave y fuerte y dura de lo que recuerdo. Y así es como me doy cuenta de cómo la han cambiado los años. Siento muchas cosas como para manejarlas, más fuerte de lo que puedo soportar. Y luego de repente, siento absolutamente nada. 

—Se supone que estás muerta. —Digo, planamente. Qué cosa más estúpida para decir. Una cosa muy estúpida para decirle a tu madre después de que volvió de la muerte, pero es una situación estúpida. 

—Lo sé. — Dice, y creo que tiene lágrimas en los ojos pero está muy oscuro y no sé bien. 

—No lo estoy. 

— Obviamente. — La voz que sale de mi boca suena despreocupada, casual. —¿En algún momento estuviste embarazada? 

— ¿Embarazada? Eso es lo que te dijeron, ¿Algo de que morí durante el parto? — Sacude la cabeza. —No, no lo estuve. Había estado planeando mi escape por meses. Necesitaba desaparecer. Pensé que él te diría cuando tuvieras edad suficiente.— Dejo salir una risa corta, como un ladrido. — ¿Creíste que Marcus Eaton me admitiría que su esposa lo dejó? ¿A mí? 

—Eres su hijo — dice Evelyn, frunciendo el ceño. —Te ama. 

Luego toda la tensión de la última hora, de las últimas semanas, de los últimos años, se junta dentro de mí, demasiada para ser contenida, y empiezo a realmente reírme. Pero suena extraña, mecánica. Incluso a mí me asusta, aunque sea yo quien se está riendo. 

—Tienes derecho a estar enfadado de que te hayan mentido — dice — Yo también lo estaría. Pero Tobias, yo tenía que irme, sé que entiendes por qué —Se acerca a mí, y yo le agarro la muñeca y la empujo. 

—No me toques. 

—Está bien, está bien —Pone sus palmas hacia arriba y se aleja un poco. — Pero tú entiendes, tienes que entender. 

—Lo que entiendo es que me dejaste solo en una casa con un maniaco sádico—Le digo. Parece que algo dentro de ella está colapsando. Sus manos caen sobre sus lados como dos pesas, sus hombros se deprimen, incluso su rostro se afloja mientras se da cuenta de lo que estoy diciendo, de lo que debo estar diciendo. 

Cruzo mis brazos, y pongo mis hombros hacia atrás, tratando de verme lo más grande y fuerte y duro que pueda. Es más fácil ahora en ropa negra de Osadía de lo que era en gris de abnegación y quizás por eso es que elegí osadía como refugio. No fue por despecho ni para herir a Marcus, sino porque sabía que esta vida me daría una manera más fuerte de ser.

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